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Educar para una ciudadanía digital respetuosa

“Cuando se dice digital estás pensando básicamente en la forma, en cómo los dispositivos y básicamente el celular, pero también las tabletas, las computadoras, la Internet de las cosas, están modificando los comportamientos sociales, culturales, personales de la gente. Desde cosas como que la gente se reúne y empieza a hablar a través de una pantalla, hasta cosas mucho más de fondo, como puede ser por ejemplo el uso de una plataforma como Waze” (Alejandro Piscitelli, filósofo especialista en nuevos medios).

Nuestro universo cultural se expandió de forma infinita gracias a Internet, y podemos tener acceso a innumerables contenidos que están disponibles, y a cantidad de aplicaciones que nos facilitan la vida, como los buscadores, el Google Maps, el Whatsapp, los traductores, y tantos otros.

Sin embargo, el investigador Cristóbal Cobo nos advierte que cuando las personas se liberan de usar ciertas capacidades cognitivas, dependen más de aquello que les permite realizar esa tarea, en este caso las aplicaciones. Y se pregunta “si esto nos hace más o menos autónomos y quién gana y quién pierde en este nuevo contexto” (Cobo, 2019).

De acuerdo con otras investigaciones sobre el tema, sabemos que niñas, niños y adolescentes tienen cada vez más conocimiento sobre los peligros potenciales del ciberespacio y las estrategias de cuidado, pero aun así, muestran una baja percepción de esos riesgos a la hora de usar las TIC.

Esta situación, sumada a ciertas características propias de la etapa evolutiva y al corrimiento por parte de algunos adultos de su rol de protección, ubica a niñas y niños en un lugar vulnerable frente a la violencia en espacios virtuales. La violencia contra niñas, niños y adolescentes en entornos virtuales tiene siempre consecuencias en el mundo físico. Sin embargo, es posible que algunas víctimas no manifiesten secuelas visibles y, por tanto, las personas adultas a su cuidado no perciban a simple vista lo que les está pasando.

Es importante tener en cuenta que los chicos y chicas vulnerables en entornos digitales posiblemente también lo son en el mundo offline. ¿Qué queremos decir con esto? Que quienes pudieron, gracias a su entorno y sus capacidades, construir un aparato psíquico y pautas de autoprotección en el mundo real, son quienes también percibirán más fácil los riesgos, y podrán comunicarlos a las personas adultas de confianza, y así resolver la situación. Esto también sucede de la manera inversa: los chicos y chicas que no tienen un marco social, familiar y educativo de contención, son quienes están más vulnerables en el mundo off y on line.

Para proteger a la niñez y la adolescencia frente a la violencia mediada por las tecnologías es necesario contar con una conceptualización precisa y acertada de cuáles son las formas de violencia en el ciberespacio. Sin embargo, la dificultad de esta tarea radica en que las prácticas y las mismas tecnologías están en constante modificación.

La familia y la escuela constituyen ámbitos privilegiados para habilitar estos espacios de re­flexión y de construcción colectiva frente a un tema actual y necesario.
Como educadores, nos proponemos colaborar con el fortalecimiento del ámbito educativo a través de herramientas que faciliten el tratamiento de estos temas.

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